jueves, 31 de mayo de 2012

¡¡periodico globalizando esferas!!


GLOBALIZANDO...ESFERAS

Rusia y Europa: ¿juntas o separadas?

En Rusia, la crisis financiera de la UE es observada con matices. Algunos la ven con cierta simpatía, mientras que otros la observan con malicia. Las dificultades de Europa reabren el debate sobre la relevancia de lo "europeo" en Rusia, que surge periódicamente en nuestra historia: lo occidental frente a lo eslavo. Atlantistas y euroasiáticos. Liberales y conservadores. Ahora, los "euroescépticos" rusos insisten en debatir qué es más importante y más cercano: ¿Europa o Asia?, ¿la UE o China?, ¿los países desarrollados o los emergentes?
Nadie duda de los recientes logros de las economías asiáticas, pero es aventurado hablar de declive europeo. Van 100 años de anuncios de decadencia europea, pero el continente sigue siendo un jugador de primera en la economía global, fuente de innovación tecnológica, y un gran laboratorio social. El potencial del proyecto europeo está lejos de agotarse. El ritmo de modernización de las economías asiáticas claro que es admirable, pero no hay que olvidar que la modernización social y política van notablemente retrasadas. En otras palabras: hoy nadie tiene garantizado el liderazgo.
Quizás no se deba sólo a la inercia del pensamiento. Gran parte de la responsabilidad de que Rusia no sea totalmente parte de Europa es de la propia Rusia. Todavía tenemos que aprender a ser europeos; este conocimiento no se adquiere de inmediato. Incluso aún hoy no siempre entendemos la lógica de nuestros socios europeos, ni tenemos en cuenta los matices de su política.





Felipe González: "La austeridad hasta la muerte conduce a la muerte"




La Europa actual está cometiendo los mismos errores que América Latina durante la década perdida (1995-2005). Está interpretando la crisis de la deuda como un problema de solvencia y así acabará provocando un problema de solvencia. La austeridad hasta la muerte va efectivamente a conducir a la muerte. Quien no crece no paga”. Así de claro y de rotundo se mostró el expresidente español, Felipe González, durante su intervención en el debate sobre Gobernanza Global organizado por el Instituto Tecnológico de Monterrey y el Berggruen Institute celebrado en la mañana de este viernes en Ciudad de México.
González subrayó que la revolución tecnológica había creado un nivel de interdependencia jamás conocido, lo que afecta al “ámbito de la identidad” de los ciudadanos ya que los Estados nación “no tienen respuestas ante el desafío de la globalización”. Esta crisis del Estado nación genera a su vez una crisis de la democracia representativa: “Los gobernantes dependen de factores ajenos al voto, de los mercados o de Angela Merkel, lo que provoca reacciones nacionalistas exacerbadas como se han visto en la campaña electoral francesa”.
Tras afirmar que el G20 había resultado hasta ahora ineficaz a la hora de protagonizar esa gobernanza mundial -“prometieron reformar el sistema financiero y no lo llevaron a la práctica, reformar el comercio mundial y la ronda de Doha fracasó…- el primer director de EL PAÍS concretó el gran reto al que se enfrentan líderes y sociedades en este siglo XXI: “ Cómo podemos en un mundo globalizado llegar a un consenso sobre aspectos y valores mínimos de convivencia y evitar así el progreso a través de las guerras”, como ha sido hasta ahora la constante en la historia de la humanidad.




La socialdemocracia en su laberinto


No se necesitarían líderes políticos, sino experimentados hechiceros para elaborar, primero, y administrar, después, la pócima reconstituyente que desde diversos ámbitos se viene prescribiendo a la socialdemocracia. Mezclando ingredientes como la reafirmación de los valores tradicionales con excipientes como republicanismo o sostenibilidad, la fórmula magistral promete una pronta recuperación para la socialdemocracia y, por extensión, para las sociedades devastadas por la insensata utopía de la desregulación de los mercados. Quién sabe si semejante pócima llegará a destilarse alguna vez; de momento no pasa de ser un galimatías entre escolástico y farmacéutico que, si bien se mira, solo ha logrado un éxito tan rotundo como desconcertante: forjar una inane lengua de madera, sin otra utilidad que dar cuenta de la crisis de la socialdemocracia.
La socialdemocracia no está en crisis; lo que está en crisis es la economía, la política, la cultura y, en fin, la sociedad en su conjunto, tras varias décadas de aplicación intensiva de las políticas inspiradas por la insensata utopía de la desregulación de los mercados. La socialdemocracia, sin duda, no ofrece respuestas. Pero tampoco las ofrecen los partidos que promovieron la desregulación. El monstruo que crearon se ha vuelto contra ellos tanto como contra la socialdemocracia y, en general, contra todos los partidos democráticos, cuya suerte electoral cuando están en el Gobierno es siempre adversa con independencia de su signo político; lo mismo que, cuando están en la oposición, obtienen victorias que se vuelven calvarios en pocas semanas o, peor aún, centrifugan el voto hacia una constelación de fuerzas populistas.
Las nuevas tecnologías contribuyeron, sin duda, a multiplicar los efectos de este programa, lo mismo que, llegado el caso, podrían haber multiplicado los de cualquier otro, pero ni fueron su causa ni hacían inevitable su aplicación. Al avalar la premisa de que la globalización es un hecho desencadenado por el avance imparable de las nuevas tecnologías, la socialdemocracia se condenó al contrasentido de aplicar su programa en el interior de un programa ajeno, haciéndose corresponsable del rumbo a la catástrofe emprendido. La lengua de madera con la que ahora da cuenta de su crisis, asumiendo como propia una crisis que es de la sociedad en su conjunto, demuestra que persiste en el peor error, en el error más imperdonable que cometió cuando se dejó encandilar por la Tercera Vía y su discurso de la nueva era.

 

 

 

¿Una Cuarta Vía para la socialdemocracia?




Desde hace tres años, los pensadores y políticos ligados a la Tercera Vía discuten la manera de superar aquel paradigma, ante la convicción de que las victorias electorales sólo llegarán de la mano de una nueva refundación ideológica. Algunos de esos autores han participado en el debate que este diario viene alimentando sobre el futuro de la socialdemocracia, y la realidad es que las aportaciones se están multiplicando desde que los progresistas están en la oposición en la gran mayoría de las democracias avanzadas. De momento, predominan los diagnósticos y escasean las nuevas ideas. Así que, aun a riesgo de ser criticado, optaré en este artículo por exponer los elementos que en mi opinión podrían empezar a formar parte de una Cuarta Vía para la socialdemocracia.
En relación con los valores, la preferencia de los socialdemócratas por la igualdad, como mejor garantía para el disfrute pleno de la libertad individual ha de ser complementada. La igualdad y la solidaridad entre personas distintas se está debilitando con la modernidad, y por eso hay que hacer un nuevo esfuerzo por vincularla más a la condición humana que todos compartimos y menos a la clase social a la que pertenecemos. Al difuminarse la frontera entre asalariados y autoempleados, entre ejecutivos y accionistas, o entre emprendedores y empresarios, la empatía no puede construirse sobre la base de lo que cada uno hacemos (porque eso varía con el tiempo) sino sobre la base de lo que somos y sobre la aspiración compartida de un futuro mejor. Por tanto, el humanismo y la sostenibilidad deben colocarse de nuevo en el centro del esquema de valores progresista.
-“El humanismo y la sostenibilidad deben colocarse en el centro de los valores progresistas”
-”Es necesario un nuevo tipo de sociedad donde la dicotomía entre Estado y mercado no lo ocupe todo
El centroizquierda puede empezar a recuperar la hegemonía perdida si hace tres cosas: incorpora nuevos valores, moderniza sus programas y amplia su campo de acción. Pero debe hacerlo en el ámbito internacional






Por una Tercera Vía 2.0


Hace unos días, en el curso de una cena con Tony Blair, le pregunté quién creía él que, entre los progresistas de Europa, era el heredero de su legado político. Después de un breve silencio, se encogió de hombros y admitió que en realidad no lo sabía. Su reacción no es una muestra de falta de interés —en los últimos meses su compromiso político ha sido mayor que en ningún otro periodo posterior a su estancia en el poder—, sino que ponía de relieve lo poco de moda que está ya la Tercera Vía.
En parte, la falta de aceptación de ese enfoque tiene que ver con el renacimiento ideológico de una arraigada crítica de izquierdas, el mismo que propugnaba que estaba vendido al neoliberalismo. Sin embargo, para los analistas de la izquierda tradicional no se trata únicamente de que los partidarios de la Tercera Vía fueran cómplices de las políticas que condujeron a la crisis financiera mundial. La inseguridad posterior y la exigencia por parte de los ciudadanos de la intervención del Estado en circunstancias muy concretas también se han utilizado de modo oportunista para defender la vuelta a un Estado poderoso. Por desgracia, aunque la austeridad no esté funcionando, probablemente el Estado poderoso de cuño keynesiano hubiera tenido los mismos fallos, siendo quizá más derrochador.
En política económica, la Tercera Vía alcanzó muchos éxitos notables. El primero fue una posición filosófica que, abandonando el proteccionismo y el mercantilismo industrial basado en la elección de paladines nacionales, se orientó a la creación de un Estado propiciador. La política económica se centró en las capacidades y la educación, la investigación y el desarrollo —el apoyo a tecnologías, servicios y sectores de futuro—, así como en ofrecer incentivos a la inversión privada, el emprendimiento y el empleo activo. En una época de crecimiento mundial, esa atención primordial a medidas macroeconómicas relativas a la oferta condujo a una década de ininterrumpido incremento del empleo, mejoras en la productividad y resurgimiento de la clase media.

Necesitamos ofrecer una nueva perspectiva, basada tanto en una evaluación sincera de los éxitos y fracasos de esa opción en el pasado como en un análisis más complejo de los desafíos futuros.

 

POR: ANDRES ALZATE GOMEZ Y ANDRES CORREA CLETO - 11°1